Las vivencias de un venezolano en un Punto de Control policial.
Ayer en unos de esos infames “punto de control”, que más bien deben llamarse “puntos de extorsión”, fui invitado por unos PNB a detener mi vehículo y hacerme a un lado para una “revisión”.
El lugar para mejor señas, es una de esas alcabalas que van creciendo cual emprendimiento, entre Araure y Cabudare. En el sitio ya habían varios vehículos con sus acompañantes en ese proceso “particular” de revisión.
Entrego mis documentos y empieza Cristo a padecer.
El pasado mes de diciembre renové mi “certificado médico” en uno de esos peculiares puntos establecidos de forma ambulante por el Colegio de Médicos. En mi caso lo hice en el sótano del Sambil de Chacao. Ese certificado, la forma de obtenerlo y renovarlo, siempre me ha parecido un precio público, una especie de contribución forzada para el funcionamiento de un particular, pero esa es otra discusión.
Resulta que el “médico” que me renovó, que dió fe de que yo estaba bien, físico y mentalmente hábil, con sólo verme y conversar conmigo en la taquilla de pago de estacionamiento de un centro comercial —un prodigio de la medicina pues— cometió el error en su apreciación de calificarme con licencia de cuarta, aunque mi licencia es de tercera, según el INTT.
El presunto galeno me vió cara de que puedo manejar una gandola, al menos clínicamente. No me había dado cuenta de esa “promoción” hasta que el PNB me hace la acotación con cara de “Tenemos un problema, Houston”. El resto de los papeles estaban en riguroso orden.
El funcionario me refiere que el certificado médico dice que mi licencia es de cuarta pero el documento del INTT dice que es de tercera. Asiento con él la contradicción entre los documentos y le refuto indicándole que se trata de un error de forma y no de fondo, que en todo caso el certificado médico sólo tiene cualidad en cuanto a mis condiciones de salud para manejar, que es competencia del INTT calificar el grado de mi licencia.
Como cuando un hombre invita a una dama a su casa con el propósito de “ver una película”, fui invitado a bajarme del vehículo para “revisar la maletera”.
Durante la caminata a la maletera, recordaba al narrador de béisbol venezolano cuyo nombre olvido en este instante, que ante el bateador que se encuentra en conteo de 3-2, decía “lo sé todo”, y yo lo sabía. Intuía lo que venía.
Ya frente a la maletera, la abro y cual Superman con sus rayos de visión, el PNB hace un paneo rápido ante el vacío del depósito. Me pide desconcertado que cierre la compuerta, mira a los lados, se rasca la cabeza, y con un tono de esa gente que se monta al autobús, te entrega dos lapicitos y empieza con su discurso, el policía empieza a decirme “helmano, será que usted nos puede colaboral…”. Lo paro en seco y mirándole a los ojos le digo con tono indignado: “¡Ya va, ya va!, ¿¡Tú me estás haciendo todo este show para pedirme plata!?”.
Con cara de desconcierto el policía me responde: “Helmano, lo que pasa es que tamos pidiendo colaboración pa’ comprá bloques y cemento…”. Mientras le escuchaba mi arrechera íba in crescendo. Lo corto en seco y señalándole de manera incisiva y acusatoria el escudo de la PNB estampado en el pecho de su franela sudada, le digo: “A ti el país te confió ese uniforme y ese escudo para que lo protegieras, ¡Indigno!, ¡Sinverguenza!”.
Le arranqué los papeles de la mano, le dí la espalda y me dirigí al puesto de piloto de mi vehículo. Esperaba una voz conminándome a detenerme. No ocurrió. Subí al vehículo y me fui. Tenemos tantas cosas por resolver, pero este cáncer en el que se han convertido las absurdas alcabalas en el país, debe acabar. Si algo debería calificar como traición a la patria, es lo que ocurre contra los ciudadanos en estas alcabalas.
Autor: @untalperezv
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