Desde el corazón del estado Miranda hasta los reflectores de la Serie Mundial, la historia de Oswaldo José Guillén Barrios es una epopeya tejida con pasión, carácter y una inquebrantable devoción por el béisbol. Nacido el 20 de enero de 1964, en la ciudad de Ocumare del Tuy, Guillén emergió como un talento natural en una comunidad que pronto entendió que aquel joven tenía algo especial en el guante… y en el alma.
Criado entre Guarenas y Los Teques, su formación estuvo marcada por la guía de Ernesto Aparicio, tío del inmortal Luis Aparicio, quien le inculcó no solo técnica, sino el temple que distingue a los grandes. Fue con los Tiburones de La Guaira, en la Liga Venezolana de Béisbol Profesional, donde debutó en 1981 como campocorto, mostrando desde temprano una defensa quirúrgica y una energía contagiosa.
Pero el salto definitivo llegó en 1985, cuando los Chicago White Sox lo acogieron en las Grandes Ligas. Guillén no tardó en dejar huella: Novato del Año de la Liga Americana, y más adelante, Guante de Oro en 1990. Durante 13 temporadas con los White Sox, su estilo aguerrido y su liderazgo silencioso lo convirtieron en uno de los mejores defensivos de su generación. Luego vendrían breves pasos por los Orioles de Baltimore, Braves de Atlanta y Devil Rays de Tampa Bay, antes de colgar los spikes en el año 2000.
Pero Ozzie no había dicho su última palabra.
En 2004, regresó a Chicago, esta vez como manager, convirtiéndose en el primer venezolano en dirigir un equipo de Grandes Ligas. Y en 2005, a los 41 años, escribió una página dorada en la historia del béisbol: 99 victorias, 63 derrotas, y una Serie Mundial ganada por barrida (4-0) ante los Astros de Houston. Chicago rompía una sequía de 88 años, y Guillén se convertía en el primer manager latino en conquistar el título. Su estilo, bautizado como “Ozzie Ball”, combinaba estrategia, garra y una lectura emocional del juego que desafiaba los manuales.
Guillén Orgullo de Ocumare
Para Ocumare del Tuy, su hazaña no fue solo deportiva, sino cultural. Guillén llevó el nombre de su pueblo natal a los titulares del mundo, convirtiéndose en símbolo de resiliencia, talento y esperanza. Inspira a generaciones de jóvenes peloteros que hoy sueñan con seguir sus pasos, demostrando que desde cualquier rincón de Venezuela se puede alcanzar la cima.
Sus hazañas son contadas en los campos y escuelas de béisbol en Ocumare por los entrenadores y conocedores del juego de pelota. «Corocito» fue su campo predilecto.
Ozzie Guillén no fue solo un jugador ni un manager. Fue, y sigue siendo, una leyenda viva, un cronista del diamante que escribió su historia con sudor, coraje y una sonrisa irreverente que nunca se rindió.